Presentación de libro en Museo MAR

Se presentó "Guía Maravillosa de la Costa Atlántica" en el Museo MAR (Mar del Plata)

El domingo 5 de Marzo a las 18.30hs se presentó el libro "Guía Maravillosa de la Costa Atlántica" con presencia de los autores Andrés Gallina y Matías Moscardi (INHUS, CONICET-UNMdP). Reproducimos la presentación completa, a cargo de la Dra. Ana Porrúa (INHUS, CONICET-UNMdP).


 

 

Presentación Guía maravillosa de la Costa Atlántica de Andrés Gallina y Matías Moscardi. Con ilustraciones de Aruki (Buenos Aires: Sudamericana, 2022)

Por Ana Porrúa

 

Andrés Gallina nación en Miramar en 1983. Es Doctor el Letras por la UBA, docente y escritor. Realizó los estudios críticos de las obras de Mariano Pensotti y Santiago Loza, y publicó el ensayo Dramaturgia y exilio, por el que obtuvo el Primer Premio Internacional de Ensayo Teatral 2015, que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes de México, la Coordinación Nacional de Teatro en México, el CITRU y las revistas Paso de Gato (México) y ARTEZ (España). También, los textos teatrales La última película de Paul Ellis, La bestia rubia, que obtuvo el premio Hugo en 2015 y Los días de la fragilidad, por el que ganó el premio Argentores en 2018.  Adela es uno de sus libros de poemas. Participó por concurso de las Residencias Internacionales de Dramaturgia LABRA (Uruguay) y Panorama Sur (Buenos Aires). En 2016, su texto Los días de la fragilidad participó del Laboratorio del Centro Dramático Nacional de Montpellier, Francia, y del Coloquio Internacional de Teatro y Fútbol en DF, México. Fue director de publicaciones y curador del Teatro Nacional Argentino, Teatro Cervantes.

Participó junto a Oria Puppo, Susana Pampín y Alejandro Tantanian en la presentación del Diccionario Utópico de Teatros, en el Museo Nacional de Bellas Artes, que fue publicado este año como libro. Con Eugenia Pérez Tomas fundó en 2022 el sello editorial El bosque energético.

Matías Moscardi nació en Mar del Plata, en 1983. Es Doctor en Letras por la UNMdP, Investigador de CONICET, docente y escritor. Su ensayo La máquina de hacer libritos. Poesía argentina y editoriales interdependientes en la década de los noventa, fue premiado en 2015 por el Fondo Nacional de las Artes. Publicó los libros de poesía Los círculos del agua, PluviaUna, dos comadrejasLos saposEl ansia, BrumaLos misterios del punk rock, Strobel Street. Compiló y prologó el volumen colectivo Las olas y el viento. Antología de poesía argentina contemporánea en Mar del Plata. En narrativa, publicó las novelas MediopeloLas Cosas y Las palabras, ¡El gran Deleuze! Para pequeñas máquinas infantes y Las respuestas. Tradujo los libros Kora en el infierno, de William Carlos Williams y El libro de las pesadillas, de Galway Kinnell. Fue uno de los fundadores del Festival Independiente de Poesía, de Acá, que se lleva a cabo todos los años en la ciudad de Mar del Plata. En 2022 fundó, junto a Larisa Cumin la editorial Moscú.

Esta Guía maravillosa de la Costa Atlántica es el segundo libro que Andrés Gallina y Matías Moscardi escriben a cuatro manos. El primero fue Diccionario de la separación: de amor a zombi en 2016. Los dos libros proponen un recorrido, unos conceptos en el primero con sus respectivos despliegues y unos motivos en este que venimos a presentar hoy ordenados en secciones: Maravillas naturales, Animales fabulosos, Artículos de Playa, Vehículos extraordinarios, Visitas guiadas, Personajes fantásticos, Misterios y rarezas, Fin de viaje: recuerdos de la costa.

En algunas de las entrevistas de radio, televisión y la prensa escrita que dieron Moscardi y Gallina por la aparición de este libro surgió una figura del escribir a cuatro manos, asociada a los viajes que hicieron juntos para ajustar algunas zonas del libro. Mientras uno manejaba, dicen, el otro le leía lo escrito hasta el momento, lo ponían a prueba.  Puedo imaginar esa conversación, creo que la conozco, pero, lo más importante es que se escucha en la Guía un tono que tiene que ver con ese ida y vuelta. Por momentos, ese tono se parece a un “tatuaje sonoro”, ese que dicen que inventó el modo de decir los jingles de Norbert Degoas.

¿Y de qué está hecho ese tono? Primero diría, de signos de admiración, de signos de pregunta, de asombro. No es una guía cualquiera sino una maravillosa, o sea, trabajada por una mirada que repone la maravilla. La maravilla es aquello que se sale de lo ordinario, de lo común, es justamente, según el diccionario, “un suceso o cosa extraordinaria”.

Esa maravilla está construida en un plano legendario: ahí podrían consignarse ciertos episodios como el único tsunami que hubo en Mar del Plata en 1954, y se manifestó “como una pared líquida levantada por mil millones de obreros invisibles”; personajes como el primer surfista de Miramar, Daniel Gil, que trajo sus primeras tablas de Perú, cobijadas por los jugadores de Boca Junior que las metieron por aduana como elementos para entrenar; en esa línea está la surfista Ornela Pellizari, que cuando le preguntan cómo le explicaría a un extraterrestre qué es el surf responde “Les diría que es más cósmico que todo lo que ellos conocen”. Su nombre, además, su epíteto, así como el de Aquiles era “el de los pies ligeros”, es “la mujer maravilla del surf argentino”.

La maravilla también está construida como pequeña instalación (voy a decirlo, la tentación de que estemos en el museo MAR es enorme para pensar el libro completo como una instalación que saca de sus fueros la idea de museo); como maqueta en la descripción de los parques acuáticos o el laberinto vegetal de Las Toninas; como pecerita cuando describen las algas de las profundidades marinas como “un paisaje de invernadero”, y agregan, “los hay iridiscentes, flúo, brillantes como esmeraldas intocadas por el ojo” (y sonreímos porque hay algo de Bob Esponja en la descripción). En casi todas estas instalaciones o maquetas –como cuando el mar es un decorado azul en cartón pintado de acto escolar– prima la mezcla, lo kitsch e incluso lo bizarro que es, por definición, lo raro y extravagante, pero que –sabemos– es, sobretodo, una rareza llevada a la enésima potencia, exacerbada, sacada, demencial, como la casa de Herve Paul en Monte Hermoso, cubierta durante décadas con caracoles en toda su extensión exterior (con dos millones de caracoles, leemos). La última sección, la de los souvenires, es en sí misma una gran instalación que podría emular a las de Liliana a Porter, pero a diferencia de estas, no esquiva la presencia pasmante de las piezas kitsch.

Esa maravilla está plantada sobre una imaginación que es, muchas veces la de las películas de superhéroes, es –podría decirse, un estado de admiración Marvel– y además, un mundo de jueguitos y tramas digitales, en el que la iconicidad de la figura del lobo marino se identifica con la señal de Batman en el cielo, con la batiseñal: movimientos a lo Wonder Boy o Snow Bros; imágenes pixeladas o con improntas tecnológicas como cuando se dice que el agua en la orilla del mar va dejando “un animal print diseñado por la fábrica laser de la naturaleza”. De hecho, la costa atlántica no es, escriben, un universo, sino un multiverso (antes de que Marvel lo invente): se mezcla la tecnología con la naturaleza, se mezclan los tiempos, se mezcla lo mítico con lo infraordinario, la edificación como proyecto megalómano de El Marquesado y la ruina. Entonces, en el trencito de la alegría emerge, de repente, una fiesta de los 90; se filtra, porque en la costa atlántica todo está perforado por el viento.

Eso que ya aparece en los títulos de algunas secciones que mencioné: lo fantástico, la rareza, lo extraordinario, lo fabuloso está tensado también con una mirada extraterrestre (como el silencio del otoño en la playa), alucinada o psicotrópica como la del trencito de la alegría y, con mayor evidencia, infantil. Son dos escritores costeros, de Miramar el Gallo y de Mar del Plata Matías, dijimos, que ante la literalidad extendida de estos tiempos, agobiante diría, reponen la maravilla, la posibilidad de mirar de nuevo. En este sentido la Guía tiene algo de pista de entrenamiento: no vas a mirar como mirabas, no vas a ver desde el mismo punto de vista, vas a hacer preguntas distintas a lo que se da por hecho. Un entrenamiento que afina todos los sentidos.

Y la maravilla es, además, una máquina del lenguaje. Voy a elegir dos imágenes porque no quiero abandonar ninguna. Una es la de los Transformers que se unen después de accionar divididos: son autos, son aviones, son gigantes colosales, van armando sus propias herramientas y dispositivos para avanzar en la aventura. Así, la nominación no para porque la hipérbole es el estado de la experiencia. Para decir carnada, la Guía maravillosa de la costa Atlántica dice:  “gusanos de tierra, grillos, calamares, sardinas, cangrejos de río o anguilas”. No es la única, claro, pero justamente su reiteración nos lleva al borde del abismo: sentimos que la enumeración (uno de los procedimientos privilegiados de la maravilla) podría extenderse ad infinitum. Y a la vez, escuchamos (embobados, medio tontos porque hay algo de eso en la Guía) la enumeración como un mantra y como la ocasión punk de un pogo gigante. Por otra parte, la simple atribución también arma una masa de lenguaje que se va moviendo, un poco monstruosamente. Sumadas hay nubes “rojas como un incendio, anaranjadas como una brasa, violetas como una uva, rosas como un pomelo”; hay “nubes azules de frío y nubes verdes de humedad”. Las olas, por otra parte, “tienen olor: olor a sal, olor a marea roja, a lobo marino, a arena; olor a sol, olor a frío”. A la atribución podríamos agregarle, una de las diosas de Guía maravillosa de la Costa Atlántica, la comparación; las hay más previsibles como cuando el muelle está “mudo como las piedras, quiero como una tumba”; las hay demenciales, como cuando la rueda está por salirse del eje y, entonces, el sonido que escuchamos con el oído puesto en un caracol “es como el antecedente prehistórico del teléfono inalámbrico”, o cuando el pirulinero va “avanzando con sus coloridos y puntiagudos pirulines incrustados en un palo con punta de telgopor, como un arma medieval en clave pop”. En esa lengua también está la rueda ya salida, barranca abajo, y por eso la aguaviva es “un Frankenstein amorfo y elemental del mar”, y las ballenas “bien podrían tenerse como diosas milenarias de la Costa Atlántica: [porque] están en todos lados y en ninguno”.

Dije que una de las figuras de esa lengua maravilla es, podría ser la de los Transformers. La segunda es, sin dudas, el mar, el movimiento del mar y del viento. El mar argentino, escriben en un momento, es  “una experiencia que no puede acontecerle a un cuerpo en reposo”. Yo diría, la máquina mar trabaja con una lengua que no deja de moverse. Como en el apartado “Carperos” creo, en el que se describe la playa invernal como una “planicie líquida” y el balneario por la noche como  “una chancha dormida”. Luego, cuando la lógica de los bienes raíces se impone pavimenta y arma otros mapas. Y sin embargo, algunas veces, más bien en ocasiones extraordinarias (se escucha ahí el placer de la venganza) esa lógica del pavimento, capitalista, es devorada por una gran tormenta y se impone la lógica de la naturaleza. No es que la Guía plante su lengua en la lógica de la naturaleza, sino que más bien se sitúa ahí, pero hace pie también en la lógica tecnológica y absolutamente contemporánea. Ese movimiento es el que permite leer desde otro lugar la pregunta que sigue al relato del cable que provee internet a todo el país y que está enterrado bajo el mar de las Toninas: “¿Quién hubiera dicho que una foto de Instagram o un posteo de Twitter dependen del mar?”

Una lengua maravilla como el mar que trae la resaca hasta la orilla pero que también arrasa, arrastra y pule la arena, los vidrios, los mosaicos que parecerán pequeñas joyas; entonces, esa lengua es, como la de los “Surfistas”, la ola perfecta:

“¿Qué esperan, qué buscan ola tras ola? El tubo. ¿Pero qué es el tubo? El éxtasis del surf. Cada vez que los surfers intentan describir lo que es estar adentro de un tubo recurren a onomatopeyas –pfff, cjjj, fshh– que imitan los sonidos de ese cilindro líquido. Entrar en un tubo es como entrar en una máquina del tiempo. El tubo tiene un ruido de sifón, de vacío. El aire se comprime. Al estar arriba de la ola y, súbitamente, bajar, la sensación es la de deslizarse por un tobogán empinado: la gravedad se clava en el estómago. La percepción se altera. En invierno y en verano, ahí están: los que entran al océano para restituir algo perdido, reavivar ilusiones aplacadas.”

 

(Mar del Plata, 5 de marzo 2023 // Museo MAR)